Desde mis más remotos recuerdos en ese mi barrio cañetano de San Agustín, cuando mi casa se encontraba a medio construir y con sólo techo de estera, está él, Iván. Fuimos amigos desde que tengo uso de razón, y junto a Calochi, Pepe, Tomás, Miguel, camilo y Lalo hacíamos la manchita que se juntaba todas las tardes después de hacer las tareas a jugar, la chapada, kiwi, lingo lingo, fulbito, a las escondidas, a los penaltis, los mete gol tapa, y la matábamos ya en la noche todos sentados y contándonos chistes colorados. Cuando había suerte, Ricardo el mayor de todos se hacía de alguna revista de corte pornográfico que había extraído de entre las cosas de su hermano y nos lo mostraba. Para muchos de nosotros eran las primeras veces que veíamos un cuerpo femenino desnudo y nuestra calenturienta curiosidad propia de la edad hacía que esperemos siempre a Ricardito con alguna otra novedosa adquisición de su hermano, eso pasaba cuando bordeábamos ya los 12 años.
Pocos años más tarde Ricardo nos contó contento que su hermano lo encontró sustrayendo sus revistas, y en “castigo” le regalo toda su colección. Ricardo hoy en día dejó atrás las revistas, pero tiene una buena colección de videos XXX: Nunca dejó el gusto por la pornografía, ahora es casado y tiene dos hijos, y cuenta que ve los videos con su esposa como parte del estímulo previo a cada sesión amorosa.
Para nuestra manchita no había fines de semana de descanso, luego de ver los dibujitos mañaneros como los “tortuninjas”, los “Power Ranger” o los “Thundercats”, salíamos a jugar todo el día, solo descansando a la hora del almuerzo. De toda esa manchita, con Iván fue que compartí más tiempo, fue al único que confesé que Olga, una vecina nuestra, me gustaba; y eso, cuando eres niño, no quieres reconocerlo y menos aún contarlo. Ah, verdad, Iván era mi vecino de enfrente, un año mayor que yo, y mi mejor amigo.