
Un día dos perros dóberman, enormes, del vecino más cercano que vivía a medio kilómetro de casa, dejaron a Pirulín casi muerto en una pelea, éste se recuperó en 15 días más o menos; una semana después va a mi casa el dueño de los dóberman, pidiendo a mi papá que debía pagar el tratamiento que estaban siguiendo estos, nunca voy a olvidar la carcajada que se dio mi papa al saber cuál era el problema, si bien es cierto Pirulín quedo muy mal en la pelea, éste, aprovechando su tamaño y además que casi todo el rato estuvo en el suelo, había mordido los genitales a ambos perros. Las heridas eran profundas, y no sanaban, peor aún se estaban agusanando, los dóberman estaban a punto de quedar estériles, mi papá aceptó muy contento pagar parte del tratamiento y luego en casa contó feliz la hazaña de nuestro aún convaleciente amigo. Ese día se le hizo una comida especial.
Aquel perrito de grandes historias, murió muchos años después defendiendo a mi viejo, se llevaron todas nuestras reces en un asalto, golpearon a papá y mataron a golpes a Pirulín. En cada golpe que recibía, el seguía atacando, hasta estando casi muerto, el siguió atacando, por eso lo tuvieron que matar a golpes. Era terco y muy valiente, a veces pienso que hubiese preferido que se escape, pero entonces, Pirulin, ya no hubiese sido Pirulin; nunca más tuve un perro como él, en todos los recuerdos de mi niñez está él. Sé que aún no supero esa parte de mi vida y a veces cuando me acuerdo o cuando escribo como ahora, no puedo evitar llorar.
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